La Pieza del mes

Octubre de 2022

Anteojos

Bronce

Convento de San Francisco, Belvís de Monroy. Siglo XVIII

 

 

Parece ser que los anteojos, y las gafas en general, se inventaron a finales del siglo XIII en el norte de Italia. En su origen eran dos lentes de vidrio, cuarzo o berilio colocadas dentro de una montura de madera, hueso o asta de animal, que se unían con un clavo, lo que permitía su apertura y sujeción en la nariz. Por su semejanza con una lenteja los italianos denominaron lente o lente di vetro (lenteja de cristal) al invento y es el origen en español de los actuales vocablos lente y lentilla. Es fray Giordano de Pisa quien recoge, en un sermón en Florencia en 1305, el primer testimonio de su uso y menciona que  «no hace sino 20 años desde que se inventó el arte de hacer anteojos para mejorar la visión». En 1300 ya existía en Venecia una regulación gremial sobre la manufactura y comercialización de las gafas. Su uso en Italia quedó reflejado en las representaciones de clérigos que aparecen portando anteojos en miniaturas, pinturas sobre tabla y en los frescos de la época.

Durante largas horas los monjes consultaban, leían y copiaban a mano libros en los monasterios, en el taller llamado scriptorium. Hasta la aparición de la imprenta en el siglo XV copiar los manuscritos era la única manera de difundir los textos y los libros, por lo que la aparición de los anteojos fue de gran ayuda a los ojos de los copistas, puesto que eran su herramienta de trabajo, y sobre todo para los monjes de mayor edad, aquejados de más problemas de vista.

La pieza del mes son unos anteojos de montura simple de bronce donde se insertaban las lentes. Al carecer de patillas se sostendrían con una mano o ajustándose al tabique nasal. Las patillas no se difundieron hasta el siglo XVIII, primero apretando las sienes y luego sujetas a las orejas. Los anteojos también son conocidos como «quevedos» gracias a las representaciones pictóricas de Francisco de Quevedo caracterizado portando anteojos.

Este ejemplar procede de las excavaciones en el Convento de San Francisco en Belvís de Monroy, fundado a comienzos del siglo XVI y situado en la dehesa de El Berrocal, a las afueras de la localidad, donde se habían refugiado unos monjes que vivían como ermitaños. D. Francisco de Monroy y su esposa doña Francisca de Henríquez, condes de Deleitosa y señores del castillo de Belvís, donaron los terrenos y pagaron los gastos de la edificación del convento. En 1524, a petición del propio Hernán Cortés, llegaron a México desde Belvís de Monroy doce frailes conocidos como los «Doce Apóstoles de México», pioneros en la evangelización del Nuevo Mundo y germen de la iglesia mexicana. El convento estuvo habitado hasta la exclaustración en 1825, año en el que comenzó un largo período de abandono y deterioro hasta que en 1992 se iniciaron las obras de rehabilitación para dotar al edificio de un nuevo uso. Durante las excavaciones arqueológicas salieron a la luz numerosos restos de la vida conventual, entre ellos esta pieza que serviría para la lectura de algún monje.


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