Año 2015

Enero de 2015

«Bodegón» (1895)
Felipe Checa Delicado (Badajoz, 1844-1906)
Óleo sobre lienzo
 
Cáceres ostentará durante todo el año 2015 el título de Capital Española de la Gastronomía. El Museo de Cáceres quiere unirse a esta distinción mostrando a lo largo del año doce Piezas del Mes relacionadas con la gastronomía o la alimentación; iniciamos el ciclo con esta obra de Felipe Checa Delicado, considerado uno de los pintores que mejor representa la pintura de bodegón en Extremadura.
Felipe Checa comenzó a estudiar en 1864 en la escuela de Bellas Artes de San Fernando de Madrid, siendo discípulo del aragonés Pablo Gonzalvo. Como era práctica habitual, completó su formación con copias de los grandes maestros en el Museo del Prado y a partir de 1867 obtuvo una pensión de la Diputación Provincial de Badajoz para continuar sus estudios en Madrid. Su formación fue puramente académica, basada en el dibujo riguroso, la técnica preciosista, el buen oficio, los colores brillantes y la preocupación por las calidades. Participó en varias Exposiciones Nacionales de Bellas Artes, y junto a la actividad principal dedicada a la práctica de la pintura, destacan también su labor docente como profesor en la Escuela de Dibujo y Pintura de Badajoz, y su faceta literaria a través de artículos periodísticos.
Felipe Checa fue un pintor clásico. Su pintura viene definida por el realismo y el detallismo que refuerza las calidades de los objetos, el colorismo vigoroso, el dominio de la luz, las pinceladas acertadas, las composiciones muy maduradas y una factura impecable. Dentro de la producción pictórica de Felipe Checa destacan sus cuadros de género, la pintura de flores y el bodegón, siendo este último el tema predilecto del artista, en el que se muestra con toda brillantez, dominio y maestría.
Sus bodegones presentan un lenguaje realista. Los objetos se disponen muy cerca del espectador, normalmente sobre una mesa de cocina, con un punto de vista ligeramente elevado y sobre un fondo neutro. Las frutas y los cacharros de barro y metal son los más representados, destacando la calidad de su acabado. En menor grado representó piezas de caza y pesca, como la cabeza de pescado de este bodegón; en sus naturalezas muertas no hay preocupación por la simetría ni desorden en la composición, sino una disposición de los objetos minuciosamente calculada que da como resultado una elegante ordenación compositiva. El dibujo cuidado, el color natural de los objetos, el juego de los volúmenes y las calidades de los elementos que integran el cuadro dotan al bodegón de Checa de un intenso naturalismo, al que contribuye eficazmente la luz, siempre lateral y con mayor frecuencia desde la izquierda.
Checa representa los objetos por el valor que tienen en sí mismos, sin otra atribución y sin el simbolismo al que recurren otros autores, de modo que sus bodegones no es preciso interpretarlos, sino disfrutarlos con su contemplación. Esta obra fue depositada por el Museo del Prado en el Museo de Cáceres en 1949, junto con otro bodegón del mismo autor, para formar parte de la Sección de Bellas Artes.

Febrero de 2015
 
Esprimijo
Madera
Provincia de Cáceres
 

La provincia de Cáceres es rica en la elaboración de deliciosos quesos, orgullo de nuestra gastronomía. En la actualidad, el territorio cacereño cuenta con dos Denominaciones de Origen Protegidas en este sector, la del Queso de los Ibores y la de la Torta del Casar. Pero además de esas dos zonas fundamentales, en otras áreas de la provincia se elaboran ricos quesos gracias a la importante cabaña ganadera ovicaprina.
 
En las últimas décadas ha adquirido fama internacional la Torta del Casar (de la zona de Casar de Cáceres), elaborada con leche de oveja para la que se utiliza el cuajo vegetal a partir de la flor del cardo Cynara cardunculus; tiene una suave textura que aconseja su consumo untándola sobre el pan, y su sabor y aroma son intensos. Más al sur, en Valdefuentes, se hace también un rico queso de oveja merina, al estilo tradicional, de cremosa textura, similar al que se elabora en Trujillo.
 
El resto de los quesos cacereños se hace con leche de cabra o mezcla de cabra y vaca; entre ellos destaca el de la comarca de los Ibores, en el oriente de la provincia, de pasta suave y mantecosa, cuya corteza suele untarse con pimentón de la Vera o con aceite. En la comarca de Acehúche se elaboran también excelentes quesos, de pasta semejante a la de los Ibores, aunque su coagulación más lenta les confiere una mayor humedad y untuosidad. E igualmente magníficos son los quesos de Valencia de Alcántara y de la comarca de Sierra de Gata y Las Hurdes, donde se sigue utilizando el cuajo de origen animal, pero casi podría decirse que no hay comarca cacereña que no elabore excelentes quesos artesanales, pues no en vano se trata de una provincia con una especial vocación ganadera.
 
Como es sabido, la leche se deja coagular añadiéndole cuajo, ya sea su origen animal o vegetal, lo que espesa la leche y permite extraerle el suero sobrante y, a continuación, se rodea con un cincho de esparto o madera flexible y se deja sobre la tabla o esprimijo, dotada de un canal por el que va saliendo el suero que aún queda; para ello, se le suele poner una piedra u otro peso encima. Tras este proceso, se sala por ambas caras y se pasa al curado, que es de duración variable según las características que se desee conseguir.
 
En Extremadura se llama esprimijo a la tabla o mesa que dispone de un tablero en pendiente con un canal central que sirve para exprimir el queso, aunque el mismo término se usa en algunos lugares para referirse al cincho; en Canarias la tabla se llama empleita, y en Navarra zorze. Nuestro esprimijo fue depositado en el Museo por la Diputación Provincial de Cáceres en 1984.


Marzo de 2015

Vinagrera
Siglo XVII, Convento de San Francisco, Belvís de Monroy
Cerámica
 

El vinagre está íntimamente ligado a la elaboración de bebidas alcohólicas y en especial a la del vino, del cual podemos considerar como hijo legítimo. La forma de almacenamiento del vino en toneles y botas facilitaba que le subiera la acidez y se pusiera malo, es lo que se conoce popularmente con la expresión “el vino está picado”. La palabra vinagre procede del latín vinum acre, vino agrio, ya que se consideraba que el vino se descomponía de forma fortuita. En la Antigüedad se percataron de sus cualidades como conservante y en el mundo romano los vinagres de vino, calabaza, peras o higos eran habituales en su cocina. No es hasta 1864 cuando L. Pasteur explica con detalle el proceso por el cual las bacterias Mycoderma aceti crean un velo en la superficie y realizan la reacción química de fermentación del alcohol etílico, vino, a ácido acético, vinagre, dando nombre a  los procesos de fabricación de vinagre; el Método Pasteur consiste el acelerar el proceso añadiendo a toneles de vino la misma cantidad de vinagre.
 
En la actualidad son numerosas las variedades de vinagre para uso alimentario, siendo el más habitual el vinagre de vino blanco o tinto, solos o con hierbas que maceran en su interior aportando diferentes aromas y sabores. En la cocina actual se ha puesto de moda el aceto balsámico de Módena que necesita una maduración en toneles durante al menos 12 años; fue utilizado antiguamente como remedio médico contra el reuma, de ahí que se llame balsámico. En gastronomía el vinagre se utiliza principalmente como aliño de verduras, de ensaladas y en salsas. Por sus propiedades como conservante, se ha utilizado tradicionalmente en escabeches, marinados y encurtidos.
 
La pieza  del mes es una vinagrera  de mesa procedente de las excavaciones arqueológicas realizadas en el Convento de San Francisco en Belvís de Monroy. Está elaborada en cerámica esmaltada de color blanco de estaño, tanto al exterior como al interior para cerrar los poros y evitar que se perdiera el líquido. Al exterior está decorada mediante líneas de manganeso de color violáceo que dibujan motivos vegetales, los pétalos de las flores se rellenan de color azul y de líneas rayadas de color naranja, que dan nombre a esta serie de cerámicas. También llamada serie tricolor, fue muy popular en el siglo XVII en los alfares de Talavera de la Reina y Puente del Arzobispo; en los lados laterales, una letra V dentro de un escudete nos avisa de su contenido. Ha perdido el asa y la boca que servía tanto para ser rellenada como para verter el vinagre. Normalmente iba acompañada de una aceitera similar con una letra A a cada lado.

Abril de 2015

«La Cena de Emaús»
Domingo Martínez Aparisi (Valencia, 1822 – Madrid, 1892)
Cobre; aguafuerte y buril, talla dulce
 

Aunque no coinciden en el lugar ni en el número, los evangelistas hablan de las numerosas apariciones que hizo Jesús en Judea y Galilea, durante los cuarenta días que pasó en la tierra entre la Resurrección y la Ascensión. Una de estas apariciones fue a los peregrinos de Emaús, y sólo se encuentra detallada en el Evangelio de San Lucas.

Jesús se unió a dos peregrinos que se dirigían a Emaús, cerca de Jerusalén, y como estaba anocheciendo, éstos le pidieron a su compañero desconocido que compartiese la cena con ellos. Él cogió el pan, lo partió sin emplear el cuchillo, y se lo dio; por este signo, los caminantes reconocieron a Jesús, al actuar del mismo modo que en la Última Cena, donde tomó pan, lo bendijo, lo partió, y dándoselo a sus discípulos dijo: “Tomad y comed, éste es mi cuerpo”, dando lugar a la institución del Sacramento de la Eucaristía.
 
Esta comida eucarística, donde Cristo resucitado se revela por la fractio panis, parece una repetición reducida de la Santa Cena, con sólo tres comensales en lugar de trece. El sentido de esta historia es probar, mostrando a Cristo sentado a la mesa, que éste no era un espectro, un fantasma, sino un resucitado de carne y hueso.
 
El pintor Domingo Martínez, dibuja y graba “La cena de Emaús” a partir de la pintura de Tiziano de 1530; la escena se sitúa en un interior, alrededor de una elegante mesa cubierta con un mantel blanco cuyos pliegues están correctamente resaltados. Cristo se sitúa en el centro de la composición, desequilibrada al presentar tres figuras a la izquierda y solo una a la derecha -a los tres comensales se unen dos sirvientes-. Bajo la mesa, un perro y un gato se enfrentan, dotando a la escena de mayor naturalismo y cotidianeidad.
 
Domingo Martínez Aparisi, nacido en Valencia en 1822, fue pintor y grabador en dulce. Estudió en la Real Academia de San Fernando, donde llegó a ser profesor de la clase de Grabado en acero. Con esta estampa consiguió medalla de segunda clase en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1856; la letra fue grabada por José Nicolau en 1882. La estampa fue grabada en la Real Calcografía, fundada en 1789 con la intención de impulsar el arte del grabado y difundir las obras de los grandes maestros. Ingresó en el Museo de Cáceres en julio de 1919, formando parte de un conjunto de 490 monedas y 219 estampas grabadas procedente del Instituto General y Técnico de Cáceres.



Mayo de 2015

Gazpachera
Madera
Provincia de Cáceres

 

El gazpacho es un plato de la cocina tradicional que se encuentra muy extendido por el centro y sur de la Península Ibérica con numerosas variantes locales, pudiendo decirse que se encuentra entre las especialidades más populares de la gastronomía estival española.
 
En realidad, el gazpacho es una sopa fría que cumple una importante función refrescante en el tiempo de verano, y además resulta barata y sencilla de preparar dado que permite aprovechar el pan de días anteriores y los restantes ingredientes son hortalizas y productos fácilmente disponibles y de bajo precio.
 
Precisamente, la popularidad de este plato ha hecho que cada región, cada provincia, y casi puede decirse que cada familia tenga su propia receta con una amplia variación de unas a otras. Los componentes básicos del gazpacho cacereño son el tomate, el pimiento rojo y verde, cebolla, ajo, pan, aceite, vinagre y sal, aunque también hay quien le añade poleo, huevo cocido o incluso jamón. Tradicionalmente los ingredientes básicos se troceaban, si bien la incorporación de las batidoras eléctricas ha hecho que suela triturarse toda la mezcla aun cuando se sigan añadiendo algunos trozos de tomate a la sopa.
 
Como es natural, el gazpacho ha formado parte muy importante de la alimentación, también en el caso de los trabajadores del campo, por lo que ha sido preciso disponer de sencillos enseres para la preparación del alimento fuera de las comodidades del hogar. De ahí el uso de gazpacheras de madera resistentes a los golpes que pueden recibir en el transporte o en el majado de los ingredientes; podemos encontrar estas fuentes o lebrillos de madera en tamaños muy diferentes según el número de comensales, y solían hacerse de madera de encina, de olivo o incluso de raíz de fresno; las gazpacheras de mayor tamaño eran las utilizadas por las cuadrillas de segadores durante el tiempo de la cosecha del cereal, formando parte del precario ajuar que llevaban consigo en sus desplazamientos.
 
La gazpachera que exponemos está realizada en madera de encina y es de una pieza, habiendo sido reparada con lañas o grapas en algún momento durante el tiempo que estuvo en uso. Fue recogida por la Diputación de Cáceres en una localidad cacereña sin determinar en el año 1984, y posteriormente depositada en el Museo de Cáceres, pasando a formar parte de su colección etnográfica.


Junio de 2015

Tapadera
Cerámica, siglo I d. C.
Cáparra (Oliva de Plasencia-Guijo de Granadilla)

 

Los alimentos que consumían los antiguos romanos eran casi los mismos que hoy comemos, salvo algunas excepciones que no serían de nuestro agrado hoy en día, y sobre todo por la diferente forma de cocinarlos. Entre las hortalizas destacan las coles, lechugas, acelgas, puerros, apios, achicoria, cardos, esta última considerada de lujo que se preparaba en maceración con una mezcla de vinagre y miel, e incluso ortigas o helenios, hoy solo  utilizados  en jardinería.  Rábanos, nabos, zanahorias, cebollas, calabazas y calabacines eran habituales en la cocina romana. De las legumbres destacan las lentejas, utilizadas en múltiples guisos; las habas se utilizaban en la fiesta de las Saturnales para elegir al rey de la fiesta, origen de la haba como símbolo de la suerte que se introduce en los roscones de Reyes; los guisantes o garbanzos eran vendidos tostados en espectáculos públicos.
 
Junto con las carnes de corral y caza, se consumían grullas, flamencos, cigüeñas o gacelas africanas. Los pescados tampoco faltaban en la dieta romana, que además eran el origen de la principal característica de la cocina romana, el uso abundante, incluso excesivo, de determinadas salsas obtenidas a partir de pescados. El más conocido condimento era el garum. Se obtenía a partir de las entrañas y carne de diferentes peces, removidos hasta obtener una pasta homogénea que se exponía al sol para que fermentase. Era un producto exquisito para el gusto de entonces y de elevado precio, el buen sabor de los alimentos dependía en gran parte de la habilidad del cocinero en dosificar el garum.
 
La pieza del mes es una tapadera de cerámica, realizada a mano, de cuerpo troncocónico y forma circular, con borde interior ligeramente inclinado y decorado con impresiones de estampillas de tradición prerromana. En la parte superior tiene un asidero o pomo macizo y circular. Con el termino latino opercula se conocen las tapaderas, que como hoy en día, eran elementos auxiliares que se utilizaban en las cocinas para cubrir ollas o cazuelas, y así favorecer la cocción al evitar la perdida de humedad y temperatura de los guisos. Otras tapaderas tenían la doble función de ser utilizadas como platos cuando se invertían. Las tapaderas suelen ser redondas, con variados bordes y diferentes pomos o asideros circulares. Pese a su simplicidad no suelen ser habituales en las excavaciones arqueológicas, ya que cualquier recipiente suficientemente grande para tapar otro, como cuencos o platos, eran utilizados como tapaderas. También existían tapaderas realizadas con materiales perecederos como madera, metal o piel de animales.


Julio de 2015

«Atinado» (2002)
Carlos Pazos (Barcelona, 1949)
Técnica mixta

 


Carlos Pazos, Premio Nacional de Artes Plásticas 2004, está considerado como uno de los artistas contemporáneos españoles más singulares. El uso en su creación de la ironía, la utilización absolutamente libre de objetos y elementos vinculados a la cultura popular, las referencias constantes al mundo audiovisual o la mezcla de técnicas, formatos y materiales a favor de la expresividad, son características de un trabajo que, aunque a menudo se ha visto ligado a cierta marginalidad, se ha consolidado como una propuesta necesaria.
 
Su formación incluye estudios de arquitectura, diseño gráfico e Historia del Arte. Asimismo, son fundamentales sus contactos con el mundo artístico de Nueva York, iniciados en los años 70, ciudad donde ha vivido de forma intermitente. Cercano a la idea vanguardista de transgresión y de fusión entre arte y vida, su trayectoria se ha vinculado con el arte dadá, el arte pop o el arte conceptual.
 
La obra «Atinado» refleja ese deseo acumulativo y coleccionista del artista, con el que construye imágenes reuniendo objetos descontextualizados sin criterio de congruencia, a los que denomina souvenirs, reinterpretándolos bajo unas nuevas leyes en relaciones poéticas inusuales para crear microhistorias con sustrato biográfico.
 
La obra de Carlos Pazos nos da pie para hablar, con motivo de la capitalidad gastronómica de Cáceres, de uno de los combinados más famosos del mundo, el gin tonic. Desde el más sencillo y tradicional, a los más elaborados acompañados de frutas, semillas, golosinas y plantas aromáticas, este cóctel se ha convertido en los últimos años en la bebida de moda; es considerado, asimismo, como magnífico digestivo, pues la perfecta combinación de amargos, dulces y anisados presentes en el combinado, acelera la digestión.
 
Para conocer el origen del gin tonic debemos desplazarnos a la India británica del siglo XIX, pero antes hay que remontarse al año 1783, cuando Johan Jacob Schweppe, un joyero alemán que vivía en Ginebra, inventó la tónica, una bebida que gracias a su contenido en quinina prevenía la malaria. Se atribuye a los soldados británicos desplazados a la India la mezcla de la ginebra y la tónica, ya que debido al sabor amargo de la quinina, decidieron mezclarla con la popular ginebra para mejorar su sabor, dando lugar al origen del gin tonic. Según otra versión, para celebrar la victoria de las tropas británicas en la India, un alto oficial propuso añadirle ginebra a la tónica para fabricar un combinado alcohólico. Sea de una manera u otra, en poco tiempo la mezcla pasó de ser una medicina preventiva a una bebida refrescante y social, y su consumo se extendió por todo el planeta, llegando a ser hoy día el cóctel de moda.

Agosto de 2015

Botella de gaseosa «La Torrejoncillana»
Vidrio, acero y cerámica
Torrejoncillo, siglo XX


 
 


Desde la invención de las bebidas carbonatadas, y especialmente tras la generalización de los refrigeradores eléctricos, la gaseosa y sus derivados son una de las mejores y más populares soluciones para combatir el calor del verano.
 
Desde épocas muy antiguas se atribuían propiedades medicinales al agua carbónica natural, por lo que fueron varios los inventores que buscaron un sistema para carbonatar el agua artificialmente. Fue el británico Joseph Priestley (1732-1804), también considerado como el descubridor del oxígeno, quien diseñó el primer aparato para introducir dióxido de carbono en el agua forzando su carbonatación. El sistema fue perfeccionado por John Nooth en 1774 y por el alemán Johann Jacob Schweppe en 1792, dando comienzo la producción industrial de gaseosas.
 
En 1832 el norteamericano John Matthews patenta otro sistema y populariza la gaseosa dotándola de diferentes sabores, como la naranja, el limón o la uva. Por aquellos años se valoraba mucho el valor medicinal del producto, que era vendido en farmacias; en 1886 el farmacéutico John Pemberton crea la Coca-cola, y en 1903 Caleb Graham patenta la Pepsi, diseñada para favorecer la digestión y aliviar el dolor de cabeza por su contenido en pepsina.
 
En el primer tercio del siglo XX proliferan las fábricas de gaseosas en pueblos y ciudades de España, y Extremadura no es una excepción; fábricas como La Esperanza de Gata, La Vaquera de Eljas, La Exquisita de Navalmoral de la Mata, La Francesa de Mérida, Curusán de Burguillos del Cerro, Carmona de Villanueva de la Serena o La Torrejoncillana, de Torrejoncillo, son sólo algunas de las muchas que hubo en nuestra región.
 
En Torrejoncillo, desde las primeras décadas del siglo XX funcionaba la fábrica de bebidas carbonatadas que había fundado Dalmacio González Sánchez, que comercializaba la gaseosa natural; a partir de la década de 1960 aparecen los sabores de naranja, limón y cola, y también el refresco Dux; pocos años después se incorpora el licor sin alcohol Dimon’s. La empresa familiar se mantuvo en funcionamiento hasta 2008, pasando de Dalmacio a sus hijas y desde 1964 a su nieto Domingo González Moreno, con el que finalmente hubo de cerrar por enfermedad del propietario; la botella que exponemos fue adquirida por el Museo en el año 2000.

Septiembre de 2015

Cuenco

Cerámica, siglos XVI-XVII

Real Monasterio de Yuste


 
 

La pieza del mes es un cuenco de cerámica blanca realizada a torno, esmaltada en blanco y fabricada en un alfar de Talavera de la Reina. Pertenece a la serie blanca dedicada, denominación de las cerámicas esmaltadas en blanco que llevan en su interior un motivo azul como distintivo de la persona o comunidad que las encargó. En este caso tiene  el dibujo de una "Y" en azul cobalto, inicial asociada al Monasterio de Yuste. En las excavaciones de este monasterio, de donde procede el ejemplar, aparecieron otras piezas similares con las letras G. P. que pertenecieron muy probablemente al Real Monasterio de Santa María de Guadalupe, entonces ambos de la Orden Jerónima.

Las ordenes religiosas, especialmente los monasterios, disponían de enormes despensas y almacenes de provisiones para suministrar lo necesario a las comunidades y a la infinidad de peregrinos que a diario acudían a sus refectorios. En el siglo XVI el Monasterio de Guadalupe ofrecía diariamente mil quinientas raciones, cantidad que explica el gasto anual de doce mil fanegas de trigo, casi veinte mil arrobas de vino y seis o siete mil cabezas de ganado entre vacas, carneros y puercos. Los innumerables cocineros de Guadalupe tenían fama de elaborar guisos para el Emperador Carlos V cuando llegó a Yuste a pasar sus últimos años de vida. De él se dice que era un glotón y que tenía un apetito voraz, lo que le ocasionaba indigestiones y probablemente le causó la gota, enfermedad que padeció durante gran parte de su vida. Daba instrucciones para que nunca faltaran en su despensa los más raros y exóticos manjares. Los correos de Lisboa a Valladolid se desviaban de su ruta para dejarle pescado de mar en Yuste, las monjas le proporcionaban confituras, de Valladolid le regalaban pasteles de anguila, de Zaragoza terneros, de Jaén perdices, de Denia salchichas, de Cádiz anchoas, de Toledo mazapanes y desde Sevilla llegaban ostras frescas  en un momento en el que apenas existían buenos caminos en España.

La cocina de otro monasterio, el de San Benito de Alcántara, se hizo famosa en Francia cuando en 1807 las tropas francesas que se dirigían hacia Portugal saquearon el monasterio y lo utilizaron como cuartel. Entre los documentos de la biblioteca, que los soldados utilizaron para elaborar cartuchos de pólvora, apareció un recetario de los frailes benedictinos donde recogían recetas de la comarca o que ellos mismos inventaban. El general al mando, Junot, lo recogió y se lo envió como regalo a su mujer Laura, la futura duquesa de Abrantes, que según la tradición fue la encargada de difundir las recetas. El cocinero Auguste Escoffier, responsable de la actualización y popularización de la cocina francesa tradicional, incluye la receta “Faisan al modo de Alcántara” en su obra Le Guide Culinaire (1902), donde habla del recetario como el mejor trofeo que los franceses trajeron de España.

Octubre / noviembre de 2015

«T42 (Gold)» (1999)

Porcelana, oro

Mona Hatoum (Líbano, 1952). Vive y trabaja en Londres y Berlín

 

 
 

La actividad de Mona Hatoum está íntimamente vinculada con su biografía. Nacida en Beirut en el seno de una familia palestina, se estableció en Londres en 1975 a raíz del estallido de la guerra civil en el Líbano. Su trabajo aborda temas de exilio y desplazamiento, violencia, la opresión femenina y la identidad colectiva. A menudo hace referencias al cuerpo humano para explorar iconografías e ideas asociadas, incluyendo el sacrificio religioso, la dicotomía entre nacimiento y muerte, historias familiares y el sexo.

Hasta finales de los años ochenta, Hatoum estuvo comprometida con su personaje a través de vídeos y performances de orientación social basados en la narrativa. Posteriormente llegó a ser reconocida por sus esculturas e instalaciones dotadas de connotaciones emocionales, tales como piezas con rejillas metálicas que aluden a la prisión y al control, tanto físico como psicológico. Aproximadamente en la última década, Hatoum ha estado examinando las diferencias culturales, colocando el imaginario árabe en un contexto occidental como un medio para plantear los prejuicios, la etnicidad, el orientalismo y la política.

A veces, Hatoum hace una irónica alusión a los objetos corrientes, de lo cotidiano, a fin de abordar a través de ellos cuestiones más amplias. La obra presentada en esta vitrina es un juego de té para dos personas que no se puede utilizar, puesto que las tazas y los platos están unidos. Aquí, Hatoum crea una sensación de intimidad, mediante la sugerencia del acto de beber juntos en un ambiente doméstico, que se ve bloqueada por la imposibilidad práctica. La pieza sirve como una poderosa metáfora de las relaciones en general entre la gente, las organizaciones, los estados, y así sucesivamente.

Hatoum es una artista reconocida internacionalmente; ha participado en importantes exposiciones colectivas entre las que se citan Documenta (Kassel, 2002), la Bienal de Venecia (1995 y 2005), y el Turner Prize (1995). Entre sus exposiciones individuales destacan las realizadas en instituciones como el New Museum (Nueva York), la Tate Britain (Londres), el Museum of Contemporary Art de Sidney y la Fundación Joan Miró de Barcelona. Su última exposición retrospectiva ha tenido lugar recientemente en el Centro Pompidou de París.

Colección Centro de Arte Dos de Mayo, Móstoles


 

Diciembre de 2015

 


Moldes para dulces tradicionales

Hierro y hojalata

Primer tercio del siglo XX

 


La elaboración y el consumo de dulces caseros es una tradición extendida por toda España que tiene un especial significado en determinadas épocas del año. La provincia de Cáceres no es extraña a esa costumbre, y entre nosotros se ha venido elaborando una repostería doméstica que también suele relacionarse con la que durante siglos se ha practicado, y se practica, en diferentes conventos y monasterios.

La Navidad es una de las épocas de mayor consumo de estos dulces, a los que además se añade la tradicional compra de turrones de Castuera, mazapanes de Toledo o mantecados y polvorones de Estepa. No obstante, encontramos varias especialidades de dulces extremeños consumidos tanto en época navideña como en otras fechas marcadas, como son la festividad de Todos los Santos, Carnavales, Semana Santa y Pascua y por supuesto las fiestas patronales.

Entre esas especialidades destacan desde luego las perrunillas, elaboradas con manteca de cerdo, harina, huevos, anís y azúcar, al igual que los mantecados, que además de la manteca llevan vino blanco y canela y se cubren de azúcar.

Mención especial merecen las tortas de chicharrón, que se confeccionan a partir de los chicharrones de la manteca del cerdo, así como los pestiños, hornazos y los célebres “bollos dormidos”, así llamados porque deben dejarse fermentar toda una noche arropados con un paño; su masa se enriquece con azúcar, huevos y aceite de oliva, anís y canela, adornados con clara de huevo y azúcar, formando una costra.

Pero no deben olvidarse las flores o “floretas“ cacereñas, consumidas con motivo de la Pascua o de cualquier otra fiesta, y tradicionalmente para las celebraciones de las bodas; para hacerlas, se introduce un molde como el que exponemos en una masa líquida de harina y huevo, que se queda pegada e inmediatamente se lleva a la sartén con aceite muy caliente. Allí se fríen las flores y se dejan enfriar para después ser bañadas en miel, quedando suaves y crujientes.

Tanto el molde para las floretas como los restantes moldes de dulces que exponemos forman parte de un depósito de la Diputación de Cáceres y fueron recogidos en diferentes pueblos de la provincia, principalmente Casar de Cáceres, en la década de 1980.


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